Texto de la profesora Alejandra Passino: período de entreguerras, próxima clase, 1° de setiembre.

 LA PRIMERA POSGUERRA. FASCISMO Y NAZISMO

Prof. Dra. Alejandra Passino.

 

El mundo de la primera posguerra.

 Con la primera guerra mundial se inició el desplome del gran edificio de la civilización decimonónica. En la contienda participaron todas las grandes potencias y todos los estados europeos excepto España, los Países Bajos, los tres países escandinavos y Suiza. Los Estados Unidos desatendieron la advertencia de George Washington de no dejarse involucrar en los “problemas europeos” y trasladaron sus ejércitos a Europa, condicionando con esa decisión la trayectoria histórica del siglo XX. Su intervención en la guerra resultó decisiva para el triunfo de los aliados que contaron a partir de 1917 con los recursos prácticamente ilimitados de la gran potencia americana.

A diferencias de las guerras anteriores, impulsadas por motivos limitados y concretos, la primera guerra mundial perseguía los objetivos ilimitados de la “era imperialista” en la cual se había producido la fusión entre política y economía. En este marco, las rivalidades de política internacional se establecían en función del crecimiento y la competitividad de la economía. Alemania aspiraba a alcanzar una posición política y marítima mundial como la que ostentaba Gran Bretaña, lo cual automáticamente relegaría a un plano inferior a los británicos que ya habían iniciado su declive. Las aspiraciones francesas eran menos ambiciosas pero urgentes: compensar su creciente inferioridad demográfica y económica con respecto a Alemania.

Finalizada la guerra, Alemania, Francia e Inglaterra, debieron aceptar su condición de potencias de segundo ordenante ante el avance político y económico de los Estados Unidos.

Para el historiador Eric Hobsbawm, los objetivos de la guerra imperialista fueron absurdos y destructivos porque arruinó tanto a los vencedores como a los vencidos, precipitando a los países derrotados a la revolución y a los vencedores en la bancarrota y el agotamiento material. Gran Bretaña no volvió a ser la misma a partir de 1918 porque la economía del país se había arruinado al luchar en una guerra que quedaba fuera del alcance de sus posibilidades y recursos. Las duras imposiciones que se aplicaron a Alemania (Tratado de Versalles) imposibilitaron la recuperación de su economía y la estabilidad política europea bajo los valores de la democracia liberal. Así lo comprendió inmediatamente el economista británico Keynes cuando señalaba que si no se reconocía y aceptaba el peso de la economía alemana en Europa, sería imposible recuperar la estabilidad del continente. Pero eso era lo último en que pensaban quienes habían luchado para eliminar a Alemania. La debilidad francesa quedó evidenciada en 1940 cuando fue aplastada con absoluta rapidez por las fuerzas alemanas porque el país había quedado completamente desangrado en 1914-1918.

El impacto de la guerra no fue sólo económico, la experiencia de 1914-1918 contribuyó a brutalizar la política, pues si en la guerra no importaban las pérdidas de vidas y otros costes, ¿por qué debían importar en la política? Al terminar la guerra, la mayor parte de sus participantes la odiaban sinceramente, sin embargo, algunos veteranos desarrollaron un sentimiento de indomable superioridad que definiría la actitud de los grupos ultraderechistas de posguerra. Adolf Hitler fue uno de aquellos hombres para quienes la experiencia de haber sido un Frontsoldat (soldado del frente) fue decisiva en su vida.

 

Los Tratados de Paz.

Las condiciones de paz impuestas por las principales potencias vencedoras (Estados Unidos, Gran Bretaña, Francia e Italia) en los tratados de paz firmados entre 1919 y 1920 respondían a cinco consideraciones centrales. La más inmediata era el derrumbe de un gran número de regímenes en Europa y la eclosión en Rusia de un régimen bolchevique revolucionario alternativo dedicado a la revolución mundial y tomado como ejemplo por las fuerzas revolucionarias de todo el mundo. En segundo lugar, la necesidad de controlar a Alemania, porque con sus solas fuerzas había estado a punto de derrotar a la coalición aliada. En tercer lugar, la reestructuración del mapa de Europa, tanto para debilitar a Alemania como para llenar los grandes espacios vacíos que habían dejado en Europa y en el Próximo Oriente la derrota y el hundimiento simultáneo de los imperios Ruso, Austrohúngaro y Turco. Los principales aspirantes a esa herencia en Europa fueron los movimientos nacionalistas que los vencedores apoyaron con la condición que fueran anti comunistas; objetivo relacionado con la creación de estados nacionales étnico-lingüísticos, según el principio del “derecho a la autodeterminación” de las naciones. A diferencia de este modelo, la reorganización del Próximo Oriente (Imperio Turco) se realizó según principios imperialistas convencionales: el reparto de los territorios entre Gran Bretaña y Francia.

El cuarto conjunto de consideraciones se vinculaba con la política nacional de los países vencedores y los posibles conflictos entre ellos. La consecuencia más importante de los mismos fue la negativa del Congreso de los Estados Unidos a ratificar el tratado de paz, a pesar de haber sido redactado en su mayor parte por su presidente Woodrow Wilson. Este retiro del escenario internacional de la potencia emergente, tuvo grandes consecuencias en el futuro. Por último, las potencias vencedoras intentaron conseguir una paz duradera para evitar una nueva devastación cuyas consecuencias estaban sufriendo, pero su fracaso en este punto fue rotundo.

Los tratados de paz recibieron su nombre de los diversos parques y castillos situados en las proximidades de Paris donde fueron firmados. El Tratado de Neully (1919) estableció las condiciones de paz con Bulgaria, y el de Trianón (1920) con Hungría; en ambos casos se recortaban las fronteras, reduciendo notablemente sus territorios. El Tratado de Sèvres (1920) firmado con Turquía, desmembró el Imperio Turco al ceder gran parte de su territorio a Grecia, Francia, Italia y Gran Bretaña; quedando Turquía reducida a la península de Anatolia. El Tratado de Saint Germain (1919) firmado con Austria, dividió al Imperio austro- húngaro en cuatro estados: Austria, Hungría, Checoslovaquia y Yugoslavia; la prohibición a Austria de unirse con Alemania y la obligación de reconocer la independencia de Hungría, Checoslovaquia, Polonia y Yugoslavia.

El más importante de todos fue el Tratado de Versalles (1919) que estableció las condiciones de paz con Alemania: perdida de todas sus colonias, devolución de Alsacia y Lorena a Francia (territorios que el Imperio Alemán había obtenido por su victoria en la guerra franco prusiana de 1871), desmantelamiento de sus fuerzas armadas a partir de la prohibición de poseer fuerza área y la reducción de su flota y ejército por la entrega de sus tanques y naves. A ello se agregaban duras sanciones económicas en concepto de “reparaciones de guerra” ya que se adjudicaba a Alemania la exclusiva culpabilidad de la guerra.

 

El Nuevo rol de los Estados Unidos en el escenario mundial.

 

Durante el transcurso de la guerra, los Estados Unidos dejaron atrás su condición de país deudor para convertirse en la primera potencia económica del mundo. En los inicios del conflicto, Inglaterra tenía casi el 45% de las reservas de oro y era la principal acreedora mundial, siendo los Estados Unidos uno de sus principales deudores. Para 1920 los británicos habían perdido gran parte de sus reservas y los Estados Unidos se habían convertidos en el principal acreedor de Europa; el centro financiero mundial se había desplazado desde Londres hacia Nueva York, por lo tanto el dólar reemplazó a la libra esterlina en el comercio internacional.

A diferencia de Europa que había padecido la guerra en su territorio y cuyas economías se encontraban empobrecidas, los Estados Unidos experimentaron un gran crecimiento económico que estuvo prácticamente circunscrito a sus fronteras. Esta situación generó un fuerte impacto en el comercio mundial que hasta 1914 se basaba en el intercambio de artículos manufacturados europeos por alimentos y materias primas de las economías periféricas. La guerra deterioró esta relación comercial ya que Europa, centralmente Gran bretaña, no estaba en condiciones de seguir alimentando el circuito económico con su producción industrial. Fueron los Estados Unidos los que paulatinamente ocuparon el liderazgo en las finanzas, el comercio y la industria pero con una modificación importante. A diferencia de la economía británica, Estados Unidos era no sólo un país industrial, sino también un gran productor de alimentos y materias primas, por lo cual no necesitaban importar esos productos desde otras regiones, lo cual les permitía tener una importante acumulación de divisas.

 

Los 14 puntos de Wilson y la Sociedad de las Naciones.

Como hemos señalado al analizar los tratados de paz, el presidente norteamericano Wilson fue el impulsor de muchos de los puntos plasmados en los mismos. Estos fueron expuestos por primera vez en el discurso que dio en enero de 1918 ante el Congreso de los Estados Unidos con el objetivo de convocar a las naciones europeas para poner fin al conflicto mundial e iniciar la reconstrucción económica de occidente a partir de la configuración de un nuevo orden mundial.

Sus aspectos centrales eran: la existencia de convenios abiertos para poner fin a la diplomacia secreta; libertad de navegación en la paz y en la guerra para no afectar intereses económicos; eliminación de barreras proteccionistas en la economías nacionales; reducción de armamentos; respeto por el derecho a la autodeterminación de los pueblos y seguridad para el desarrollo autónomo de las diferentes nacionalidades; creación de una asociación general de naciones, a constituir mediante pactos específicos con el propósito de garantizar mutuamente la independencia política y la integridad territorial tanto de los estados grandes como de los pequeños.

Este último punto fue el que dio vida en 1920 la Sociedad de las Naciones, que fue un organismo supranacional cuyo principal objetivo era evitar el estallido de nuevas guerras, es decir intentar resolver de manera pacífica los conflictos internacionales. En un principio estuvo compuesta por las potencias vencedoras de la guerra, excluyéndose a Alemania y la URSS. Su organización fue débil porque no contó con fuerzas militares propias, a lo que se sumó el posterior retiro de los Estados Unidos.

 

La crisis del liberalismo

Los pilares de la sociedad liberal occidental, construida desde las revoluciones de los siglos XVII y XVIII, se sostenían en el rechazo a la dictadura y los gobiernos autoritarios, el respeto por el sistema constitucional con gobiernos libremente electos y asambleas representativas que garantizaban el imperio de la ley, y un conjunto aceptado de derechos y libertades de los ciudadanos como las libertades de expresión, de opinión y de reunión. Los valores que debían imperar en el estado y la sociedad eran la razón, el debate público, la educación, la ciencia y el perfeccionamiento de la condición humana.

Durante el periodo comprendido entre la primera y la segunda guerra mundial, estos valores fueron cuestionados, desde diferentes perspectivas, por movimientos políticos de izquierda y de derecha.

Desde la izquierda, el movimiento obrero socialista rechazaba el sistema económico, el capitalismo liberal, pero sus valores se asentaban en la razón, la ciencia, el progreso, la educación y la libertad. Es decir, compartía los valores democráticos de la civilización occidental, aunque sostenía que la democracia debía ampliarse al campo de los derechos de los trabajadores, para avanzar en una igualdad material.

Desde esta perspectiva, el peligro procedía exclusivamente desde la derecha, que no sólo era una amenaza para el gobierno constitucional y representativo, sino una amenaza ideológica para la civilización liberal porque pregonaba la insuficiencia de la razón y del racionalismo, y la superioridad del instinto y la voluntad. Fue un movimiento de posible alcance mundial que fue etiquetado con el los rótulos de “fascismos” y “totalitarismo”.

Las distintas versiones de estas fuerzas de derecha (fascismo italiano, nazismo alemán) fueron nacionalistas por dos motivos. En primer lugar por el resentimiento contra algún estado extranjero, por las guerras perdidas o por no haber conseguido formar un vasto imperio. En segundo lugar porque agitar la bandera nacional, en el clima de crisis social que caracterizó al período entre guerras, era una forma de adquirir legitimidad y popularidad en la sociedad de masas.

Ese nacionalismo fue acompañado por un incremento del antisemitismo, el cual, en el último cuarto del siglo XIX, había comenzado a animar diversos movimientos políticos basados en la hostilidad hacia los judíos. El historiador Eric Hobsbawm señala que al estar los judíos prácticamente en todas partes, podían simbolizar fácilmente lo más odioso de un mundo injusto, en buena medida por su aceptación de las ideas de la Ilustración y la Revolución Francesa que los había emancipado y, con ello, los había hecho visibles. Podían servir también como símbolo del odiado capitalismo financiero o como símbolo del agitador revolucionario.

Los movimientos fascistas se afianzaron como reacción al liberalismo y contra los movimientos socialistas obreros en ascenso, fortalecidos por el triunfo bolchevique en Rusia y su primitivo ideal de extender la revolución proletaria.

Las condiciones óptimas para el triunfo de los movimientos fascistas fueron: la debilidad del estado liberal ante la crisis social; una masa de ciudadanos desencantados y descontentos que no sabían en quién confiar; la existencia de movimientos socialistas fuertes que amenazaban con la revolución social, y un resentimiento nacionalista contra los tratados de paz de 1918-1920

 

 Las tensiones sociales en la Italia de posguerra

 

Cómo en el resto de Europa, las consecuencias de la guerra se hicieron sentir con fuerza en Italia, que perdió en el conflicto casi setecientos mil soldados, y sus pérdidas económicas ascendieron a quince millones de dólares.

El Tratado de Versalles no reconoció a Italia como potencia. Según el Tratado de Londres, firmado en 1915 con Inglaterra y Francia, Italia recibiría al finalizar la guerra, Dalmacia, Trieste, Istria, Trentino y el Alto Adige. Pero el presidente norteamericano, Wilson, quien había proclamado la “autodeterminación de los pueblos” se opuso a la incorporación de Dalmacia porque allí los italianos no eran mayoría. Después de prolongadas negociaciones, el gobierno italiano, a cargo del primer ministro liberal Giovanni Giolitti, firmo el Tratado de Rapallo con el Reino de los Serbios, Croatas y Eslovenos (posteriormente llamado Yugoslavia) por el cual Italia renunciaba a Dalmacia y Fiume pasaba a ser una ciudad-estado independiente

La aceptación de los términos del tratado dio argumentos a los sectores nacionalistas, que contaban con el apoyo de muchos ex combatientes, que denunciaron que Italia había sido tratada como vencida a pesar de haber ganado la guerra. Este estado de ánimo fue expuesto con el eslogan de la “victoria mutilada”.

Entre estos sectores se encontraban Benito Mussolini y el poeta Gabriel D Annunzio, quien en 1919 ocupó con ex combatientes la ciudad de Fiume para establecer un gobierno italiano. La experiencia nacionalista duró poco tiempo, al cabo de un año fueron expulsados por tropas enviadas por el gobierno italiano. Por su parte, Musollini se había iniciado en la vida política dentro del Partido Socialista, estando a cargo del periódico milanés Avanti, órgano oficial del partido. Su ruptura con los socialistas se produjo como consecuencia de la posición de neutralidad que el partido sostuvo durante la primera guerra mundial. Debido a ello Mussolini fundó el periódico Il Popolo d Italia, de tendencia nacionalista, lo que le valió la expulsión del partido.

 

El conflicto social: “bienio rojo”

La agitación obrera iba en aumento debido a la desocupación, la inflación y la consecuente caída de los salarios. El Partido Socialista, que simpatizaba con la revolución bolchevique, controlaba la mayoría de los sindicatos organizados en la Confederación General Italiana del Trabajo, y  obtuvo importantes votos en las elecciones parlamentarias de 1919 –un tercio de los diputados-.

Durante los años 1919-1920, denominados el “bienio rojo”, se llevaron adelante en las ciudades industriales del norte del país, sobre todo en Milán y Turín, prolongadas tomas de fábricas acompañadas por importantes movilizaciones obreras.

El aumento de la tensión social no se daba sólo en las zonas urbanas, también en el sur del país, caracterizado por una anticuada estructura rural en la cual predominaban los grupos terratenientes, los campesinos cansados del hambre iniciaron la ocupación de tierras. Todo parecía indicar que en Italia podían darse las condiciones para repetir la experiencia rusa de 1917.

Frente a esta situación, la burguesía industrial y los terratenientes sintieron que sus intereses se encontraban amenazados. Los empresarios debían ceder ante las exigencias de los obreros y la monarquía parlamentaria de Víctor Manuel III y sus ministros liberales, no se presentaba como un gobierno confiable para restablecer el orden social. A ello se sumaba la mayoritaria presencia de diputados socialistas en el parlamento.

Las clases medias urbanas (profesionales, empleados públicos, pequeños y medianos propietarios, comerciantes) también se sentían amenazadas.  Mientras su nivel de vida descendía a causa de la inflación y el aumento de los impuestos, veían como los obreros a consecuencia de la lucha, obtenían mayores salarios. El temor a que se eliminaran las distancias sociales entre la clase media y la clase obrero, generó en los primeros sentimientos antisocialistas y antisindicales.

 

 

 

 El surgimiento del fascismo italiano.

El movimiento revolucionario italiano generó la organización de la contra revolución ya que la inestabilidad política y el creciente aumento del conflicto social propiciaron el ascenso del fascismo.

En 1919, Benito Mussolini creo en Milán los denominados Fasci di Combattimento, una organización paramilitar integrada por ex combatientes y exaltados nacionalistas que se dedicaban a atacar sindicatos, periódicos, militantes de izquierda y todo aquello que significara el “peligro comunista”. Su programa proponía reformas económicas, sociales e institucionales, exaltando la violencia como método para sostener sus ideas; rechazaban a los partidos políticos tradicionales, tanto socialistas como liberales, y debido a ello se presentaban como el anti-partido. Los fascistas se presentaban como una alternativa a la revolución bolchevique, atractiva para la burguesía industrial que deseaba poner fin al movimiento obrero, y para los nacionalistas a los que ofrecía una retórica de ambiciones imperiales y gloria nacional.

En un principio su éxito fue escaso. Los adherentes al nuevo movimiento fueron pocos y sólo tenían presencia en la ciudad de Milán y sus alrededores. En las elecciones locales de 1919 tuvieron 5.000 votos frente a los 17.000 que obtuvieron los socialistas.

Pero lo que se había iniciado como un fenómeno urbano, limitado a los centros industriales, comenzó a extenderse por las zonas rurales y a las pequeñas ciudades de Toscaza, de Emilia y del Valle del Po.

A pesar de la retórica anti-partido de los fasci, a fines de 1921 se organizó el Partido Nacional Fascista (PNF), el cual tuvo un espectacular crecimiento ya que en su primer año de vida contó con 250.000 afiliados, constituyéndose en el principal partido político italiano. Ante este notable crecimiento, los sectores liberales, quienes se sentían amenazados por el avance de los socialistas, optaron por negociar y pactar con los fascistas para las elecciones de 1921, de esa manera los simpatizantes de Mussolini, accedieron al Parlamento.

La debilidad del gobierno liberal para enfrentar el conflicto social, dejo abierto el escenario para la violencia que poco a poco se apoderó de la política.

 

La Marcha sobre Roma.

En 1922 los fascistas organizaron una marcha sobre Roma con la finalidad de forzar la renuncia del gobierno e impulsar el nombramiento de Benito Mussolini como primer ministro. En ella se movilizaron miles de fascistas, financiados por los grandes industriales de Milán, vestidos con sus características “camisas negras”, mientras Mussolini esperaba el desenlace de los acontecimientos.

El primer ministro italiano, Luigi Facta, solicitó al rey Víctor Manuel la declaración del estado de sitio para detener la marcha, pero el monarca se opuso a la medida argumentando que si la misma se impedía podía comenzar una guerra civil.

En este contexto de debilidad del gobierno, el 28 de octubre, 26.000 fascistas hicieron su entrada triunfal en la capital italiana ya que no sólo no contaron con ninguna oposición sino con el beneplácito de amplios sectores del ejército. La “marcha sobre Roma” fue usada como arma de presión y de chantaje contra el gobierno y el rey para inducirlos a ceder el poder al fascismo.

La insurrección fascista no se limitó a ese acontecimiento. En muchas ciudades de Italia septentrional y central se ocuparon edificios gubernamentales, postales y estaciones ferroviarias, lo cual demostraba el aumentó significativa del apoyo a Mussolini.

El 29 de octubre, después de la aplastante muestra de los fascistas, el rey le otorgó el gobierno a Mussolini y le encomendó la formación de un nuevo gabinete.

Los acontecimientos posteriores demostraron que la “marcha sobre Roma” fue el primer paso hacia la destrucción del Estado liberal y la instauración del Estado Totalitario.

 

El Régimen Fascista.

Durante los primeros meses Mussolini actuó con cautela, respetando la autoridad del rey y los mecanismos institucionales. Su gabinete estaba integrado no sólo por fascistas sino también por liberales, demócratas y nacionalistas. A pesar de ello, desde 1922 Mussolini fue construyendo el Nuevo Estado Fascista, desde su control como Duce del partido y como jefe del gobierno político. Durante los primeros meses de su gobierno impulsó medidas para quitarle autonomía al PNF creando el Gran Consiglio presidido por él mismo y acompañado por los máximos dirigentes partidarios. Este nuevo órgano no sólo asumió la dirección partidaria, sino que se convirtió en un “gobierno sombra” en el cual se prepararon las leyes que pusieron en marcha la demolición de la democracia parlamentaria. La primera de ellas fue la instauración de la milicia voluntaria para la seguridad nacional que colocó legalmente a los fasci de combattimento bajo el comando directo del jefe de gobierno. Esto le permitió a Mussolini mantener su política ambigua entre la institucionalidad de la democracia liberal y el accionar de los grupos violentos que solía utilizar según las circunstancias.

También se aprobó una reforma electoral, la Ley Acerbo que otorgaba una sobre representación a la lista más votada (los dos tercios de los representantes en el Parlamento). Las elecciones parlamentarias de 1924 se celebraron en un clima de intimidación y violencia denunciada por los partidos socialistas y comunista. El PNF fue el gran triunfador en esas elecciones, con una abultada cantidad de sufragios.

Al inaugurarse las sesiones del nuevo Parlamento, el diputado socialista Giacomo Matteotti realizó una crítica demoledora del fascismo que tuvo una amplia repercusión en toda Italia. A los pocos días Matteotti fue secuestrado en pleno centro de la ciudad de Roma y su cadáver apareció dos meses después. La situación generó la reacción de los opositores al fascismo, cuyos diputados abandonaron el Parlamento.

A pesar del aumento de la actividad de los opositores, el régimen logro subsistir con el apoyo de los jefes y el accionar violento de los fascis que impusieron al Duce un giro en su política que puso fin a lo poco que quedaba del régimen liberal italiano.

 

 La Dictadura Totalitaria.

A partir de 1925 el fascismo inició una nueva etapa que transformó el sistema político italiano en un nuevo régimen de partido único. Los cambios se llevaron a cabo de forma legal, es decir con la aprobación de una serie de leyes autoritarias por parte del Parlamento dominado por los fascistas. Las mismas establecieron la supresión de los partidos políticos, de los sindicatos y la libertad de prensa. Estos derechos políticos fueron reemplazados por una estructura de carácter corporativo que subordinaba la iniciativa individual al interés nacional determinado por Mussolini. El nuevo régimen corporativo tenía como objetivo eliminar la lucha de clases a partir de la intervención del Estado. Para ello se crearon corporaciones por ramas de actividad (transportes, minería, agricultura, textiles) integradas por representantes de patrones y obreros bajo la estricta supervisión de los funcionarios gubernamentales que decidían sobre salarios y cuotas de producción.

El PNF fue el único partido político autorizado, pero quedó relegado a un mero instrumento propagandístico, útil para encuadrar y disciplinar a sus numerosos militantes. Los opositores fueron perseguidos y se creó un tribunal especial para juzgar los delitos políticos, creando al mismo tiempo una organización de vigilancia y represión del antifascismo.

El fascismo no se limitó a la reorganización de la política italiana sino básicamente a disciplinar a toda la sociedad según un modelo militarizado.

 

La relación con la Iglesia católica.

Para el régimen fascista ganar el apoyo de los católicos, que miraban con desconfianza la ilimitada intervención del Estado sobre la educación y la vida cotidiana de los italianos, constituyó un tema central. El fascismo implementó una férrea vigilancia sobre la educación, a la que encomendó la misión del adoctrinamiento político de niños y jóvenes. Los docentes fueron transformados en funcionarios trasmisores de consignas políticas, difundidas a través de los textos escolares que reflejaban la construcción mítica de Mussolini. Los medios de comunicación (radio, cine, publicaciones de todo tipo) y el arte fueron puestos al servicio de las ideas fascistas de exaltación del espíritu nacional.

Si bien Mussolini era un ateo declarado que muchas veces había manifestado abiertamente su anticlericalismo, inició un proceso de acercamiento con la Iglesia Católica para resolver la “cuestión romana” que había quedado pendiente desde 1870. (Revisen el texto de Saborido “El largo Siglo XIX” el aparatado “Unificación italiana”)

En 1929 se firmaron los Tratados de Letrán (que recibe su nombre del palacio romano en el cual se firmó el acuerdo) por el cual el gobierno reconocía la soberanía del estado del Vaticano y se estableció el catolicismo como religión oficial del Estado Italiano. De esta manera la Iglesia católica obtenía ventajas en materia educativa como la obligatoriedad de la materia religión es las escuelas primarias y secundarias.

Si bien en 1931 el Papa Pío XI reconocía la existencia de problemas, como la supremacía del estado sobre el individuo, al mismo tiempo daba su aprobación al régimen, incitando a los católicos a participar en el mismo y transformando al fascismo en un modelo a seguir.

 

 

Política exterior.

La política exterior de Mussolini estaba orientada por la idea de construir una imagen internacional de Italia como gran potencia militar y colonial. Debido a ello, a partir de la década de 1930 comenzó a expandirse fuera de Europa.

Desde fines del siglo XIX, plena época imperialista, Italia aspiraba a incluir en sus colonias el territorio de Abisinia (Etiopía- África Oriental), pero el proyecto culminó en fracasó debido a la resistencia de los pueblos autóctonos de la región. Pero en 1935 la victoria acompaño a las tropas fascistas que lograron conquistar ese territorio y parte de Somalia, fundando la colonia del África Oriental Italiana. En 1939 conquistó Albania y comenzó a reclamar los territorios de Túnez, Niza y Saboya que estaban en poder de Francia. Estas conquistas y reclamos se fundamentaban con el slogan de la recuperación de la tradición imperial romana y su ideal de convertir el mar mediterráneo en un “lago romano” como en los tiempos de mayor esplendor del imperio romano. Este accionar de Mussolini contó con el apoyo de Hitler, situación que acercó a ambos líderes totalitarios a pesar del receló que las pretensiones alemanas de anexionarse Austria generaron en el régimen italiano.

La guerra civil española (1936-1939) en la cual Italia participó apoyando a las fuerzas de Franco, cuyas simpatías con los regímenes totalitarios era explícitas, ofreció al fascismo italiano la oportunidad de intervenir en un conflicto internacional exportando   la imagen de gran potencia. En esa misma época se formó el eje Roma-Berlín, e Italia adhirió al Pacto Anti Comintern, para la defensa de la civilización contra el bolchevismo, que habían formado Alemania y Japón.

 

 

 

 

 

 El fin de la guerra y los levantamientos revolucionarios en Alemania

 

Como hemos visto anteriormente, la entrada de los Estados Unidos en la primera guerra mundial inclinó el resultado de la guerra a favor de los aliados. La situación del Imperio alemán era desesperante, la crisis económica afectaba fundamentalmente a la población civil y el ejército se encontraba sin reservas y desmoralizado. El alto mando militar solicitó al poder político el inicio de negociaciones de paz, pero el presidente norteamericano Wilson proclamó que sólo negociaría con un gobierno alemán democrático.

En noviembre de 1918 se inició una revolución obrera en Berlín. La misma fue consecuencia del motín de los marineros de la flota alemana estacionada en el Mar Negro que se negaron a realizar una última batalla contra la escuadra inglesa. Siguiendo el ejemplo soviético, organizaron un soviet que decidió abandonar la guerra. Los levantamientos de obreros, soldados y marineros se extendieron por todo el territorio imperial, forzando la abdicación del Kaiser (emperador) Guillermo II, que huyó a Holanda el 9 de noviembre de 1918. En este contexto, muchos observadores se atrevieron a predecir la inminencia de una revolución similar a la rusa, pero si bien un sector lo intentó no logro imponerse.

El Partido Socialdemócrata, que representaba a los obreros de tendencia reformista cuyo líder era Friedrich Ebert, se alió con los partidos Demócrata Alemán y del Centro Católico, que representaban los intereses de la burguesía liberal para establecer una República que contaba con el apoyo del alto mando militar. Pero los obreros de tendencia revolucionaria (Liga Espartaquista/ Partido comunista alemán) se opusieron e intentaron tomar el poder por medio de una insurrección popular, siguiendo el ejemplo de los bolcheviques, pero fueron duramente reprimidos por el ejército. Sus líderes Rosa Luxemburgo y Karl Liebknecht fueron detenidos y asesinados.

 

 

 

La República de Weimar

En febrero de 1919 se reunió una asamblea constituyente en la ciudad de Weimar, que proclamó una constitución que establecía un sistema representativo, republicano y federal, con un presidente y dos cámaras parlamentarias: el Reichsrat (cámara de representación federal) y el Reichstag (cámara legislativa), ambas elegidas por sufragio universal. F. Ebert fue electo como primer presidente. La nueva constitución introdujo notables cambios respecto de la época imperial: el voto femenino, la representación proporcional de los partidos políticos en la cámara legislativa, la iniciativa popular y la jornada laboral de ocho horas. Pero este cambio político no modificó la estructura social en la cual los antiguos terratenientes mantuvieron sus propiedades; como también lo hicieron los funcionarios, oficiales del ejército, policías y jueces de la época imperial.

Desde sus inicios la nueva república mostró su debilidad frente al ataque constante de sus adversarios de derecha e izquierda. A ello se sumaba la crisis económica que afectaba a la Europa de la primera posguerra, que en Alemania se profundizaba debido a su abultada deuda externa por el pago de gastos e indemnizaciones de guerra establecida en el Tratado de Versalles. A ello se agregaban los gastos de la deuda interna por el pago de pensiones a veteranos de guerra, viudas y huérfanos.

El gobierno republicano intentó sanear la economía sin imponer nuevos impuestos a los ya existentes, pero fracasó debido al incontrolado aumento de la inflación que afectaba a todos los sectores sociales.  A fines de 1923 la crisis alcanzó su momento más agudo: el marco se desvalorizó totalmente y muchos alemanes se encontraron con que sus ahorros de toda la vida no eran más que una masa de papeles inservibles.

Para evitar que Alemania cayera en manos de los comunistas como consecuencia de la crisis económico social, se reformularon los plazos para el pago de reparaciones de guerra (Plan Dawes) y los Estados Unidos realizaron un importante préstamos para iniciar la recuperación económica.

 

 

Los orígenes del Nazismo.

Como consecuencia de la derrota alemana y la firma del Tratado de Versalles se organizaron en Alemania varios grupos que condenaban a la política socialdemócrata como la principal responsable de la “humillación”. Entre ellos se destacaba el Partido Alemán de los Trabajadores, al cual se sumó en 1919 un ex combatiente de origen austriaco, que sólo había alcanzado la modesta categoría de cabo  -Adolfo Hitler- que en pocos años logró posicionarse como un importante dirigente gracias a su discurso militarista y anticomunista. Un año después el partido tomo el nombre de Partido Obrero Nacional Socialista Alemán (Partido NAZI, según sus siglas en alemán), el cual contó con un gran número de adherentes reclutados entre ex oficiales, soldados, desocupados, sectores medios e industriales que temían el avance del comunismo.

El 8 de noviembre de 1923, plena crisis económica, los nazis ensayaron un golpe de estado en la ciudad de Munich (putsch de Munich), capital de la región de Baviera gobernada por un partido católico-conservador. El intento fue acompañado por una manifestación en las calles de la ciudad, pero esta fue disuelta por las fuerzas policiales y el intento de golpe fue abortado. Hitler fue juzgado y condenado a cinco años de cárcel pero sólo estuvo en prisión nueve meses en los cuales escribió su obra Mein Kampf (Mi lucha) en la cual enunció los principios del nazismo (anticomunismo, antiliberalismo y antisemitismo). El libro tiene una escritura sencilla en la cual se mezclan arbitrariamente lo biográfico y principios políticos de distinta procedencia. Pero su importancia radica en el concepto nazi de adoctrinamiento: llegar a muchos con pocas ideas, expresadas en forma simple y reiterada hasta lograr su eficacia.

El fracaso del golpe de Munich llevó a Hitler a la convicción de que el poder debía ser conquistado de forma legal, es decir a través de elecciones parlamentarias. Debido a ello comenzó a reorganizar al Partido Nazi, el cual para 1926 contaba con más de 40.000 adherentes. A pesar de ello en las elecciones de 1928 sólo obtuvo el 2,6% de los votos.

 

El ascenso al poder de Hitler.

La crisis económica mundial de 1929/30 tuvo efectos catastróficos en Alemania, los cuales fueron aprovechados por el Partido Nazi para fortalecer su propaganda antiliberal y ganar nuevos adherentes. Los efectos positivos de esta política se evidenciaron en 1932 cuando se celebraron los comicios del Reichstag en los cuales los nazis obtuvieron el 37,3% de los votos (13.745.781votantes). Tal porcentaje les permitió conseguir 230 bancas de diputados, convirtiendo al Partido Nazi era la primera fuerza política alemana. A comienzos de 1933, el presidente Hindenburg llamó a Hitler y le ofreció la jefatura de un gobierno de coalición con otras fuerzas conservadoras. Así Hitler fue nombrado canciller (primer ministro). 

Durante los días previos al nombramiento y en las semanas siguientes se produjeron enfrentamientos entre los partidarios de los nazis y sus adversarios, sobre todo en los barrios proletarios de Berlín. Muchos obreros, integrantes también de los partidos comunista y socialdemócrata, se oponían a que los nazis y sus proclamas a favor de la superioridad de la nación alemana, de la raza aria y de volver a ser un “gran imperio”, se adueñaran del país. Pero aunque organizaron diversas manifestaciones callejeras contrarias a Hitler, no lograron evitar que este llegara al poder para quedarse, conduciendo a la sociedad alemana a uno de los períodos más nefastos de su historia.

 

El nacimiento del Tercer Reich.

Una vez instalado como canciller, Hitler comenzó la construcción de un régimen totalitario. Para ello necesitaba acabar con sus opositores políticos, colocar a sus partidarios en los puestos claves de los ministerios gubernamentales, conseguir el apoyo absoluto de las Fuerzas Armadas y desarmar el sistema parlamentario. El incendio del edificio del Reichstag en la noche del 27 de febrero de 1933 (verán el contexto a partir del trabajo con la película “La caída de los dioses”, clase 9 del cronograma) le dio la excusa para poner en práctica esta estrategia. Los nazis culparon a los comunistas de este hecho y denunciando una falsa conspiración de este partido, agitaron los temores de los diputados conservadores y católicos del Parlamento. Así, lograron conseguir la mayoría necesaria para aprobar la “Ley Habilitante”, por la cual el canciller podía dictaminar leyes sin tener que consultar con el Reichstag. Con estos poderes especiales en sus manos, Hitler no tardó en encarcelar a la mayoría de los comunistas, prohibir las actividades de todos los partidos a excepción del Partido Nazi (declarado “partido único”) y reprimir a todos los que no fueran considerados parte de la “Alemania nacionalsocialista”.

Uno de los primeros sectores en sufrir estas medidas fue el movimiento obrero: las huelgas fueron prohibidas y los sindicatos disueltos y reemplazados por el Frente Alemán del Trabajo, una central gremial nacionalsocialista controlada por el Estado. Luego tocó el turno de las autoridades locales pues las asambleas de los Länder (estados federales que constituyen Alemania) fueron sometidas al control nazi y los gobernadores de cada uno de ellos fueron reemplazados por los dirigentes del Partido Nazi. Tampoco se salvaron los adversarios de Hitler dentro del propio Partido Nazi, tales como los máximos responsables de las SA (organización paramilitar del partido). En junio de 1934 sus jefes fueron asesinados por miembros de las SS (que constituían la guardia personal de Hitler) y de la Gestapo (policía secreta comandada por Heinrich Himmler, uno de los principales ideólogos del genocidio judío). A partir de ese asesinato, conocido como la Noche de los Cuchillos Largos, las SA fueron prácticamente disueltas y su lugar como principal fuerza paramilitar nazi pasó a ser ocupado por las SS.  (También verán ese contexto en la película mencionada más arriba).

La muerte de Hindenburg en agosto de 1934 quitó el último obstáculo para la concentración del poder en manos de Hitler. A partir de allí asumió como Presidente adjudicándose el título de Führer (conductor) y anunciando el inicio del Tercer Reich (Tercer Imperio) y con él, de una feroz dictadura capaz de controlar casi todos los resortes de la vida política y social de Alemania.

 

 

La política económica.

El desempleo (entre seis y siete millones de personas) generado por la crisis económica fue el principal problema que Hitler debió enfrentar. Para ello se puso en marcha el denominado “Plan de Cuatro Años” cuyo objetivo era el autoabastecimiento a partir de aprovechamiento pleno de la industria alemana. Para lograrlo era necesario desconocer las determinaciones del Tratado de Versalles sobre la prohibición del rearme y la creación de sustitutos sintéticos de aquellos materiales de los que el país carecía, y no podía adquirir en el extranjero. A ello se sumaba la construcción de una flota mercante y la modernización de los sistemas de transporte (ferroviario, aéreo y terrestre). Toda la economía fue reorganizada a partir del modelo de una economía de guerra, iniciando un masivo reclutamiento para el ejército a partir del restablecimiento del servicio militar obligatorio y la orientación de la producción industrial hacia la fabricación de armamentos y la industria química. Sin duda, Alemania se preparaba para una expansión que conduciría irremediablemente hacia la guerra.

 

 

 

La Dictadura Nazi.

La bandera de la república fue reemplazada por la esvástica, símbolo que representaba la superioridad de la raza aria, y el sistema federal fue reemplazado por un Estado unitario. Para construir el “imperio” Hitler se valió de muchos medios. Algunos se basaban en la persecución de todas las personas que fueran consideradas una amenaza para su Alemania soñada. Pero un Estado totalitario no se edifica sólo a través del ejercicio de la represión contra la población. También requiere convencer al menos a una parte de esa población de que el uso de la fuerza no sólo es necesaria, sino justificada y correcta. Por lo tanto, Hitler y sus seguidores más cercanos combinaron el uso de la violencia con otras herramientas que les permitieran ganarse el apoyo de diversos sectores sociales para su proyecto.

Respecto del uso de la fuerza, los nazis desplegaron medidas persecutorias cada vez más brutales, fundamentalmente contra militantes comunistas y socialdemócratas, líderes sindicales, homosexuales, gitanos y judíos. En ocasiones, los ataques a estos grupos estaban “amparados” en leyes. Por ejemplo, la población judía fue marginada de la vida del país en un principio mediante la sanción de las Leyes de Nüremberg, aprobadas en 1935. Estas leyes privaron a los judíos de la ciudadanía alemana, prohibiéndoles votar, casarse con “arios”, trabajar en empleos públicos, en comercios, en bancos y en editoriales, y ejercer profesiones liberales.  Esta segregación antisemita se fue haciendo cada vez más violenta. En noviembre de 1938, usando como excusa el asesinato de un diplomático alemán en la ciudad de París, las SS atacaron y saquearon las sinagogas, los negocios y las casas de miles de judíos, hecho que se conoció como La Noche de los Cristales Rotos. Señalados como responsables del ataque, los judíos fueron obligados a pagar una indemnización por destrozos al Estado alemán, a colocarse una estrella de David de color amarillo en sus ropas para poder identificarlos y se les prohibió asistir a lugares públicos como teatros o cines. Poco tiempo más tarde se los encerró en barrios especiales (llamados guetos) para ser luego conducidos a campos de concentración donde eran esclavizados y asesinados.

Este despliegue represivo fue acompañado por instrumentos claves que sirvieron a Hitler para lograr consenso. La propaganda del régimen estuvo a cargo de Joseph Goebbels a través del "Ministerio del Reich para la educación del pueblo y la propaganda", creado en 1933, y se desarrolló en varias direcciones. Actos públicos (manifestaciones y desfiles nazis que glorificaban la grandeza del Führer y la disciplina absoluta de su ejército); medios masivos de comunicación (cine y radio), afiches, censura, quema de libros, etc. Todo ello además se sostenía en la idea de “demonizar al enemigo” y unir al “pueblo alemán” en su contra.

La propaganda no buscaba sólo fortalecer la fidelidad al régimen o el odio hacia los judíos, sino también difundir formas culturales consideradas propias o saludables para la nación, identificadas con la raza aria. De esta manera, se instaba a los jóvenes sanos a casarse, informándoles previamente de los antecedentes raciales de su pareja, y a procrear familias numerosas. Las mujeres fueron alentadas para permanecer en el hogar y dedicarse a la crianza del “buen alemancito”. La Liga de Muchachas Alemanas formaba a las niñas para sus futuras tareas en el hogar, mientras los niños aprendían destrezas militares. Los jóvenes fueron un blanco importante para la propaganda nazi. Se crearon instituciones destinadas a la socialización de niños y jóvenes, como las Juventudes Hitlerianas, en las cuales recibían educación física y adoctrinamiento político.

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